El Sábado Santo es un día de espera. Jesús ya no está en la cruz, está en el sepulcro y es María quien acompaña a Jesús y es también quien nos acompaña a cada uno de nosotros.

Es día para profundizar, para contemplar. Es el día de la ausencia, del dolor, del reposo, del silencio, de la soledad, de la ausencia y, también, de la esperanza. El mismo Cristo está callado. Aún está en el ambiente el eco del dolor, la tristeza de la ausencia del maestro, el frío de la muerte, la impiedad, el miedo, la incertidumbre.

Este día se caracteriza por un gran silencio, por una vigilancia atenta, por una espera esperanzada.
Deja el ruido de la calle, de la casa, del trabajo; al menos por un día. Busca un lugar tranquilo y apartado, donde puedas estar a solas. Una vez ahí, deja fuera los ruidos que te habitan por dentro. Silencia también tus pasiones, tus rebeldías, tus culpabilidades…
Busca el silencio y la soledad, ten alerta el corazón, donde se escucha la voz el Espíritu. Tu corazón puede ser, hoy, el lugar de la espera, donde se levantan las esperanzas malheridas por la muerte y la alegría se pone en pie.
El silencio de este día es muy hondo, pero no es un silencio triste. Jesús viene a desencadenar toda alegría, a poner en marcha de nuevo gestos concretos, a hacer que el amor sea amor cercano.
¡María! Vive este día con Ella. Saborea su silencio, su vacío, su soledad. No puede vivir sin Jesús. Lo han echado fuera de la tierra de los vivos y Ella lo busca con el amor de su alma. La Iglesia se une a María en su espera, únete también tú a Ella. Nos unimos como comunidad a María, nuestra madre.

No buscar entre las cosas muertas a quien es la Vida 

Esta noche no es una noche cerrada ni una noche oscura. Esta noche es la noche de la salvación y de la nueva vida. No repetimos nada, sino que nos adentramos en un misterio que se actualiza y renueva con todo lo que llevamos a cuestas. Si nos dejamos llevar por la Palabra iremos a los orígenes de la historia de Dios con su pueblo, unos acontecimientos que son pequeñas llamas en medio de la oscuridad. Así, poco a poco, en la entraña de la historia el Señor resucita de la tumba, y lo más importante: nos hace parte de esa historia y de su nueva Vida. En ese momento nacimos todos, nace la vida de la Iglesia y nace nuestro bautismo que nos injerta. Esa Pascua fue mi pascua, tu pascua, nuestra pascua. Hoy cabe renovarla y dejar que siga creciendo entre nosotros. José Cobo, arzobispo de Madrid.