«Peregrino» es el nombre con el que Ignacio se llama a sí mismo y con el que se identifica. Una manera de estar en la vida caminando sin cesar, siempre en movimiento, en proceso, en aprendizaje constante…, a la búsqueda de ese Dios que le irá sorprendiendo y llamando a su servicio a través de todas las cosas. Juana Josefa se quedó embelesada por la imagen de este santo que presidía uno de los altares laterales de la iglesia de santa María de Tolosa. Ese «santo mío, yo quiero hacer lo que dice ese libro» es la inspiración para adentrarse en la espiritualidad ignaciana y hacerla suya, encarnarla en su persona para dejárnosla en el carisma.  Las Hijas de Jesús somos una Congregación de espiritualidad ignaciana.
También, cada uno de nosotros somos peregrinos, y peregrinas, en este viaje, en este tiempo inédito de la historia que nos ha tocado habitar, muy distinto del que Ignacio vivió,  del de santa Cándida, pero capaz de ser iluminado por la espiritualidad que él donó a la Iglesia y que en cada época necesitamos recrear. Tenemos  tamibén el ejemplo de santa Cándida.

Escultura de San Ignacio de Bill McElcheran. Ignatius Jesuit Centre a Guelph (Ontario, Canada, © Jesuits of Canada). Fotografía: Franck Janin, SJ.

Daelemans muestra a través de esta imagen «la laboriosa transformación Íñigo voluntarista que no reconoce su fragilidad hasta el Ignacio vulnerable que la elige como camino y pórtico de encuentro».

Ahí anda un santo a la intemperie. Solo a primera vista. Inclinado hacia adelante, siempre adelante. Contracorriente y valiente, resiste todos los vientos: seguro, determinado, sólido, anclado en una fe que originalmente significa, peso, firmeza y solidez. Con la mano izquierda a la altura de su corazón, agarra la capa que apenas lo abriga y que acentúa su vulnerabilidad. No obstante, con resolución hace avanzar un pie: el camino se abre paso a paso. Tiernamente inclina su rostro para encontrar a otros y levantar ánimos. Un peregrino.

Inclina su cabeza en escucha, porque sabe que no puede avanzar sin escucha.

Su deseo es ser contemplativo en la acción. Actuar, sí, pero desde la hondura atenta. En su mano derecha sostiene una carta que se une con su cuerpo que no se percibe a primera vista, pero que también le mantiene unido al cuerpo de la mínima Compañía de Jesús. Es una carta como tantas que lo mantiene unido con sus compañeros en las fronteras del mundo, todos ungidos por el mismo Espíritu […]. No sabe a dónde va, pero sabiamente confía en que va bien porque no va solo, va empujado por el espíritu de Cristo y con el corazón apoyado en Cristo, aquel Dios igual de peregrino…