Esta semana, nuestra hermana Caterina Ciriello nos abre su corazón en una carta desde Roma. En ella nos habla de la inesperada manera en que ha celebrado sus veinte años de profesión perpetua, su relación personal con Dios y nos da su abrazo, aunque sea de manera virtual. A continuación adjuntamos el texto íntegro:
Una de las preguntas que me voy haciendo en esta última temporada a la luz de lo que estamos viviendo es: ¿la gente, antes de esta pandemia, era verdaderamente feliz? ¿Y qué es la felicidad? No se trata de hacer una reflexión filosófica, ni de otra cosa, sencillamente es preguntarse ¿hasta ahora qué ha sido importante en mi vida? ¿A qué valores me he agarrado? ¿Qué es lo que me hace verdaderamente estar bien conmigo misma y con el prójimo? ¿Con qué ojos hasta ahora he mirado el mundo, mis alrededores, y lo miro hoy? Intentando contestar a todo eso, y a mucho más, he tenido claro que no puedo hacerlo como una persona cualquiera sino más bien solo como Hija de Jesús.
Ante este virus enloquecido que nos ha quitado seguridades, expresiones de cariño de las que todas necesitamos, y hermanas queridas, Hijas de una generación que ha construido nuestra Congregación y nos ha fortalecido con el ejemplo de la dedicación, ante todo eso he abierto otra vez mis manos y las he presentado al Padre: toma todo lo que tenemos (siempre poco), todo lo que somos (que tú nos permites ser) y nuestro deseo de ser hijas tuyas y de la Madre Cándida.
Hace tiempo ya que no me encaro con Dios. No me enfado más con Él. ¡Es que no sirve para nada! Y más aún, Su Amor puede conmigo, Su mirada misericordiosa me vence. No quiero hacer confesiones espirituales, no es el caso. Pero, sí quiero afirmar con fuerza que de Él procede todo amor, toda consolación, toda fuerza, toda Gracia…Y esto es lo que da sentido a mi vida, a nuestra vida de cristianas y de Hijas de Jesús. Esto es lo que, delante de este mundo destrozado por la pandemia, quiero testimoniar. Nada más.
Mi madre, mi cuñado, dos sobrinos han sido infectados. Yo también. Nos encontramos sin fuerzas, a la espera de que pase todo. Y, mientras, el tiempo corre llevando consigo otras cosas, otros dolores: nuestra querida hermana Henar agarrada al sutil hilo de la vida entregada con generosidad.
Hoy, 18 de noviembre, hace veinte años hice mi profesión perpetua. Pensaba celebrarlo de otra forma, pero el Señor esta mañana ha pensado otra cosa. Ha querido llevarse consigo mi querido primo cura, Renzo, con quien compartía pan y Palabra, sonrisas y duelos, sueños y cuentos de libros. Recuerdo que todas las veces al acabar nuestra llamada telefónica me decía: “Rezamos una Salve a la Virgen” y al final me daba la bendición. Se irá solo y sin sus vestimentas sacerdotales… Pero Dios lo sabe, conoce nuestro obrar.
Humanamente no tengo más lagrimas, ni duelo por hacer. Pero estoy, de pie delante de Dios, otra vez ofreciéndole mis manos, nuestras manos, nuestros corazones rotos de dolor. Como decía Teresa de Ávila: “No tengo nada que decir, pero estoy aquí, te miro y tú me miras…”. Necesitamos de Él y necesitamos también una de la otra, de oraciones cariñosas que no conocen distancias ni miedos, de abrazos virtuales que recalienten nuestros corazones hasta que llegue el momento esperado de poder acercarnos al otro, libres de contagios y, ojalá, poder celebrar nuestro cumple con sosiego y alegría.
No tengo en mi casa cartas de la Madre Cándida para señalar alguna frase significativa para este momento, pero la tengo muy cerca, hasta creo que ella me ha dado la capacidad de soltar estas cosas. ¡Bendito sea Dios que tanto nos quiere!
Me despido. Todo esto en italiano hubiera salido mejor y mas bonito. Pero lo importante es que llegue el mensaje: os llevo a todas en el corazón y necesito de vuestro abrazo. Yo os mando el mío, que no conoce fronteras porque es de Hija.
Caterina FI
Roma