Con la situación de Lleida en estos momentos de pandemia, las redes se han llenado de comentarios xenófobos.  La campaña que se está haciendo en contra de los inmigrantes les está haciendo mucho daño.

Por estas fechas, como todos los años anteriores, llegan más personas de las que el campo puede asumir al inicio de temporada; después, a mediados de Julio, se van incorporando casi todos. Durante este tiempo, sobreviven dónde pueden y caminan por las calles en busca del “Jefe” deseado. Y, como en otras campañas, también se ha perdido bastante fruta con la lluvia y la piedra.

Este año solo lo hace especial el virus con el que estamos conviviendo y sus circunstancias. Al principio de primavera se dijo que faltaban muchos trabajadores;  la respuesta fue rápida. No sólo llegaron los temporeros habituales, que ya son bastantes, sino otros muchos migrantes que, al quedarse sin trabajo en otros sectores especialmente ligados al turismo, buscaron aquí su suerte. Están dispuestos a arriesgar su salud porque su vida y la de su familia dependen de esas peonadas durante bastantes meses.

Con esto, ya tenemos a la mitad de los recién llegados sin trabajo, sobreviviendo, sin vivienda, sin posibilidad de una higiene mínima. Y, muchas veces, sin entender  muy bien qué está pasando.  Desde luego, en estas condiciones son un caldo de cultivo ideal para el virus. Para el virus y para encontrar en ellos una cabeza de turco en este foco que nos envuelve.

Cuando alguien da positivo, él y todos los que trabajan o conviven con él, son confinados, cortándoles toda posibilidad de trabajo. Y aquí el tiempo es oro porque la temporada termina pronto. Con lo cual, para el que lo necesita, es difícil reconocer los síntomas por el afán de trabajo que tienen para sobrevivir.

Los focos, no están solo entre los migrantes; las empresas cárnicas y hortofrutícolas, por el modo de trabajo y de transporte de sus trabajadores, colaboran en esta pandemia. Pero el silencio es una medida de salvaguardar la economía.

La edad de los contagiados ha cambiado. Ahora hay más entre los 40 y 50 años. Y, con sorpresa, entre los jóvenes de 15 a 29 años. No se trata de repartir culpas, pero sí de no concentrarlas en aquellos que no reciben un mínimo para realizar su trabajo con la dignidad básica que toda persona merece.

Y, por otra parte, esto ha hecho que los ayuntamientos hayan tenido que poner medios especiales para atender las necesidades de vivienda que otros años habían omitido. Han tenido que recurrir también a entidades sociales en un esfuerzo por unir fuerzas, recursos, servicios y ofrecer la mejor respuesta posible. Aun así, deja bastante que desear porque no  llegan a todos estas ayudas. Acompañarles en estas circunstancias resulta difícil.  

Comunidad de Cataluña