“Que María Inmaculada, la estrella de nuestros caminos, haga con nosotras este camino de esperanza que nos conduce a la Congregación General XIX”

“Y, desde él, a los hermanos y hermanas que tienen rostros diversos, acentos variados y distintas necesidades“. Así felicita la Superiora Provincial de las Hijas de Jesús, Rosa Espinosa FI, el aniversario de la fundación de nuestra Congregación. Haciendo un recorrido por el tradicional canto del Mil Albricias, recuerda que “la madre Cándida en la carta 160 comparte de una manera sintética lo que lleva profundamente impreso en su historia personal y congregacional, una fecha de particular significado en la vida de la Congregación, el 8 de diciembre un día muy grande, en verdad para nosotras, Hijas de Jesús“.

El canto del Mil Albricias lo compuso José Bernardo Palomo Torres, un sacerdote de la isla de Guam, situada en el Pacífico, para ensalzar la gloria de María cuyo dogma de la Inmaculada había sido proclamado por Pío IX en 1854. Fue compuesto en castellano entre 1859 y 1871 porque esta isla fue colonia española hasta 1898. Tras la invasión de los Estados Unidos, este himno y otros compuestos en castellano se olvidaron en favor del inglés y de la lengua propia del lugar, el chamorro. Hasta mediados del siglo XX seguía siendo cantado por algunas comunidades de fieles a las que las atendían religiosos españoles.

Seguramente el Mil albricias llegó a España de la mano de misioneros del Pacífico, probablemente agustinos recoletos o jesuitas. En España tuvo éxito en algunas comunidades religiosas y en algunas comunidades parroquiales en las que aparece en sus cantorales.

Así, nuestra Superiora Provincial actualiza el significado del Mil Albricias de esta manera:

Cantar el Mil albricias es sentirse parte de una familia que canta y agradece a María su sí, su generosidad y compromiso con su pueblo y con toda la humanidad. Ella introduce en la historia una corriente nueva de verdad y sencillez.

Cantar el Mil albricias es escuchar al Hijo que nos habla de su madre subrayando su disponibilidad, la belleza de su corazón, la delicadeza con los hermanos, la luminosidad que irradia su persona que ilumina en nuestra vida el agradecimiento, la esperanza y el coraje para afrontar nuestra realidad desde la cercanía de la madre.

Cantar el Mil albricias es inspirarnos en la mujer fuerte que acoge el sueño de Dios en su vida sin obviar la inquietud por el cómo sucederá, desde la libertad consciente que asume las consecuencias.

Cantar el Mil albricias es asombrarnos ante los regalos que Dios nos hace, apreciarlos y alegrarse de la confianza y ternura que encierran. Es testimoniar con humildad que Dios nos bendice cada día y nos llena de una fe viva, una esperanza creativa y una caridad solícita.

Cantar el Mil albricias es sentirnos eslabones de la historia que canta a María y la reconoce como estrella de los caminos, como luz en la oscuridad, como lucero que orienta el camino.

Cantar el Mil albricias es transmitir la alegría de la fiesta, de la fe, de la devoción a María, la herencia de una familia que se alegra y agradece su origen sencillo.