Marian Cantalejo FI sobre la JMJ en Lisboa: “A todos nos unía el deseo de seguir a Jesús”

Una experiencia inolvidable es lo que ha sido la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Lisboa para todos los que hemos participado en ella. Una vivencia de las que marcan, de las que se recuerdan durante mucho tiempo. Personas, gestos, lugares, palabras… han dejado una huella en nosotros, que hacen que la experiencia vuelva a nuestro recuerdo y nuestro corazón una y otra vez.

Una persona: el Papa Francisco

De él se decía días antes de la JMJ que estaba cansado. A pesar de ello, ha mostrado vitalidad, ha dejado los papeles a un lado para decir lo que le brotaba del corazón. Sus palabras y cuestionamientos nos han remitido a la realidad de nuestras vidas y de nuestras personas. Su lenguaje actual y fresco ha conectado con jóvenes y menos jóvenes y nos ha hecho vibrar. Los espacios de silencio que ha creado en medio de sus mensajes han proporcionado ocasiones de encuentro con nosotros mismos y con Jesús. Los jóvenes querían verle de cerca, escuchaban sus palabras con atención, las acogían en su corazón y las recordaban en las conversaciones o en el compartir de los grupos. El Papa Francisco con su cercanía, palabras y espontaneidad ha sido mediación de Dios para cada uno de nosotros y especialmente para los jóvenes

Un gesto: la cadena de manos

En las aglomeraciones y en los momentos de dificultad las 90 personas que constituíamos el grupo caminábamos de la mano formando una gran cadena para que nadie se perdiera.

Ajustábamos el ritmo para que ninguno quedara atrás. Diferentes edades, procedencias, modos de vivir la fe, siendo eslabones de una cadena que nos hacía fuertes porque no nos sentíamos solos. Todos éramos importantes y valiosos.

A todos nos unía el deseo de seguir a Jesús, cada uno desde su situación y momento vital.

Un lugar: el propio camino

Hemos caminado mucho, hemos peregrinado a los diferentes lugares donde eran las celebraciones y encuentros. Siempre a pie y en tren, alguna vez en bus. Lo hacíamos con el sentimiento de que el camino ya nos preparaba para el encuentro.

Nuestro caminar estaba configurado por muchas situaciones: la dificultad, las conversaciones que llevábamos mientras íbamos de camino, las canciones, el seguir a la bandera que hacía que no nos perdiéramos, el deseo de llegar pronto a los lugares para coger mejores sitios y poder vivir más a fondo las celebraciones.

Hemos aprendido que no sólo es importante llegar a los sitios, sino también los procesos que se desencadenan mientras vamos de camino.

Cuatro palabras: somos amados como somos

Ha habido muchas palabras de que han resonado en nosotros. En los jóvenes lo ha hecho de forma especial esta invitación del Papa Francisco:

“Único es el latido de Dios por ti… Somos amados como somos, no como quisiéramos ser… sin maquillaje… Piensen esto: Jesús me llama como soy, no como quisiera ser”.

Les ha impactado la aceptación incondicional por parte de Dios, el sentirse amados tal y como son, en una edad en la que la aceptación de uno mismo sin tener que cumplir ningunas expectativas es todo un desafío.

Después de escuchar estas palabras algunas de las jóvenes que iban se sumaron a una iniciativa de no ponerse maquillaje porque se sentían queridas por Dios así, sin filtros ni maquillajes.

Y ahora ¿qué?

Una vez que ha acabado la JMJ el reto es que esta experiencia inolvidable tenga su continuidad en la vida, que todo lo vivido siga resonando, que acompañemos todo lo que allí se ha desencadenado, que descubramos cada uno y ayudemos a descubrir a otros cómo pasó Dios por nuestra vida a través de todo lo que vivimos en la JMJ de Lisboa.

Marian Cantalejo FI