Como todos los años, participamos de las imágenes que nos regala el ciclo de la naturaleza, de las estaciones del año, del paso del tiempo, y a veces no agradecemos tanta vida como se nos regala. Estos días, al salir muy cerca de Alcarrás, no podemos por menos de sorprendernos ante tanta belleza y armonía. Campos enormes, bancales, con árboles floreciendo, regalándonos su colorido rosado, blanquecino, que nos invitan a centrar nuestra mirada, percibir su belleza, su armonía y conectar con este brotar de vida nueva, RENOVADA.

Acercándonos un poco, no solo percibimos esta enorme belleza, estos detalles de cada árbol, de las ramas, de cada flor, sino que oímos el ruido de ese constante vuelo de las abejas que bailan alrededor de ellas, sacando todo lo bueno que ofrecen, y así seguir regalando vida, transformada en miel.

Cuánta vida regalada, cuántas oportunidades de disfrutar, contemplar, sentir y gustar, agradecer esta presencia de LA VIDA VERDADERA, del VIVIENTE que sigue invitándonos a VIVIR, COMPARTIR, DESFRUTAR con otros.

Es lo que esta mañana de febrero hemos hecho un grupo de personas que nos reunimos varios días a la semana, que convivimos en nuestro deseo de seguir aprendiendo de la vida, de la convivencia multicultural, y que desde lo que hemos disfrutado, agradecido juntos, me sale compartirlo.

Entre las llamadas en la acción apostólica, desde lo vivido hoy, se me hace muy presente la que nos dice: “El drama de la movilidad humana nos ha de poner en salida para responder al grito acuciante que nos llega de los migrantes y refugiados. Nos desafía a seguir colaborando con otros y a tomar posturas más audaces y definidas que garanticen la protección de la dignidad humana, en acompañamiento y caminos de integración en la sociedad”.

Esto lo he vivido yo esta mañana, pero cada una de las que formamos la comunidad, este “desafío” lo vivimos constantemente en las relaciones que compartimos con muchos de ellos; supone escuchar situaciones difíciles, sentir y sufrir con otros la dificultad de lograr el arraigo y la residencia (papeles para conseguir la situación de legalidad), y una vez conseguida, la lucha por mantener la cotización durante un año para la renovación; el aprendizaje del idioma para saber escribir y entender desde un idioma totalmente distinto, pero que el grito interno de mejorar su situación personal y familiar les moviliza a complicarse la vida para mejorarla.

Y en medio de todo ello agradecemos este envío, este rostro de Hija de Jesús que se nos invita a vivir como “hijas y hermanas”, entre personas de culturas tan diversas, con historias que nos enseñan a releer y valorar las nuestras.

Esta “floración” de la naturaleza nos ayuda a conectar con “la floración” de la Hija de Jesús que, desde lo ordinario, lo pequeño, siente el impulso del Espíritu a SER esa Hija de Jesús que los hombres y mujeres de hoy están invitándonos a SER, presencia de vida, de amor y servicio, de caminar “con otros” construyendo Reino.