Los ejercicios espirituales son un modo de ayudar a encontrarse con Dios y desde ahí orientar la propia vida. Un encuentro donde se busca sentir y gustar el amor de Dios “por dentro” para transmitirlo después “por fuera”, en cualquier circunstancia y momento.

Rosa, Cristina, Marta, Rocío, David,  Ana, Nieves, Sara y Marta son los protagonistas de esta historia junto con  Agustín, un joven argentino. Los primeros son los profesores que han terminado su formación al incorporarse hace tres años a distintos colegios de la Fundación Educativa Jesuitinas.

Todos ellos hicieron su camino de encuentro con el Señor el fin de semana 10, 11 y 12 de mayo en la casa de ejercicios de las Religiosas Teresianas de Enrique de Ossó en Ávila. Ana Zubiri y Belén Brezmes, Hijas de Jesús, les acompañaron.

«Lo más importante no es que yo te llame por tu nombre, sino que el mío está tatuado en la palma de tu mano».

(Is 49, 16)

La mano tatuada nos acompañó como símbolo e imagen de cómo Dios nos ama incondicionalmente, profundamente y estamos en este mundo tan increíblemente diverso. Desde ahí nos asomamos a un mundo roto por ese pecado estructural que mata la vida. Un mundo frágil por este uso tan depredador que hacemos y nos hace que estemos vueltos sobre nosotros mismos y nos alejemos de una verdadera solidaridad con lo que nos rodea y con los demás.

Desde ese amor incondicional que podemos contemplar en la cruz miramos nuestros sótanos… aquello que permanece en la oscuridad y muchas veces nos mueve a hacer el mal.

Y desde lo que somos sentir que Jesús cuenta con nosotros, nos regala una invitación a seguirle, a estar con Él, a vivir a su modo, a construir su Reino. Si descartamos la respuesta negativa a esta invitación, quedan dos opciones:

  • Una respuesta “razonable”, sensata: trabajar por Él, en su misión con unos límites.
  • Los que más se quieran afectar e implicar en el seguimiento de Jesús no sólo se ofrecerán a trabajar, sino que entregarán toda su persona en el servicio.

 Y se nos abre un horizonte desde nuestra debilidad, serenidad, paz para ir viendo poco a poco el querer de Dios y suavemente ser más de los de Jesús. Somos la sal que debe dar sabor a la vida, somos la luz que debe de alumbrar llevar a Dios, somos bendición los unos para los otros, nos sentimos bendecidos, podemos bendecir la tierra, recibimos la bendición de Dios, escuchamos su voz y ella nos guía.

Agradecemos enormemente la posibilidad de haber acompañado a este grupo que con tanto deseo entró en la experiencia, con un silencio reverente, buscador y deseamos que otros muchos prueben esta experiencia que tanto bien hace.

Ana Zubiri FI y Belén Brezmes FI