Al hacer memoria de lo vivido el curso pasado, me sale un agradecimiento profundo por la posibilidad que se me ha brindado, en diferentes momentos, de acompañar en Ejercicios Espirituales en las diferentes modalidades que existen.
A medida que va pasando el tiempo me voy asombrando, cada vez más, de los procesos que se generan en las personas que entran a fondo en este itinerario pedagógico que nos ofrece Ignacio de Loyola.
Vivo como verdadero regalo de Dios ser testigo de lo que va aconteciendo en las personas a la luz de la fe. ¡Cuánto ayuda conectar con las propias necesidades y los deseos más profundos! Hay quien está en búsqueda y desea estar a la escucha queriendo vivir al aire del Espíritu, gente que desea experimentar el encuentro o reencuentro con el Dios de la Vida, personas que quieren seguir a Jesús de Nazaret y su proyecto de misión con fidelidad. Cada persona es un mundo, y los itinerarios espirituales de cada uno, de cada una son… ¡tan únicos! ¡Tan sagrados!
Como testigo, es impresionante experimentar cómo el Amor de Dios ensancha los corazones, amplia la mirada, ayuda a resituarse en la vida. Es impresionante percibir cómo el Espíritu alienta, sostiene en el sufrimiento, mueve al compromiso a favor de la vida en la vida cotidiana.
Cada vez más estoy convencida de que, si se hacen los Ejercicios Espirituales a fondo, conviene que esta experiencia sea acompañada. Es necesario compartir y contrastar las vivencias para poder discernir bien el paso de Dios. No puede haber discernimiento sin acompañamiento.
El acompañamiento es cosa de tres (como dicen mis compañeras del Equipo Ruaj): la persona acompañada, la acompañante y el Espíritu. Aunque sea obvio, el gran acompañante es el Espíritu, la Ruah, y requiere contar con ella. Yo, como acompañante espiritual, cada vez más tengo más claro que es importantísimo saber ocupar el lugar que me corresponde y eso requiere muchísima lucidez. Confieso que cada vez me da más respeto acompañar. Uno de los aspectos del acompañamiento que más me sobrecoge es la confianza con que la persona comparte su situación vital, su experiencia, y cómo deja traslucir su ser más profundo.
Acompañar requiere una actitud constante de discernimiento. Destaco la importancia de la capacidad de escucha profunda (a la persona y al Espíritu), la lucidez para ofrecer la P/palabra oportuna y también la formación permanente en acompañamiento, para poder ser la mejor mediación del Espíritu.
¡Qué misión tan bonita la del acompañamiento espiritual!
Pakea Murua FI