Aunque han pasado varias semanas desde que concluyó la experiencia de campo de trabajo “Compartiendo Vida” en Almería, aún resuenan en nosotros, con agradecimiento, los ecos de todo lo vivido durante las dos semanas en que estuvimos acompañando a este grupo de jóvenes de 17 a 18 años.

Como equipo, tuvimos muy claro desde el primer momento que estábamos llamados a ser, en fidelidad a la experiencia, comunidad de servicio para los jóvenes. A ello dedicamos todos nuestros esfuerzos, tanto en los momentos con los chicos y las chicas, como en la reunión de la noche en que evaluábamos el día y preparábamos el siguiente.

Como ya explicamos en la crónica que escribimos a mitad de la experiencia, este año, los chicos y chicas pudieron elegir entre el voluntariado en la Escuela de Verano o el de Casa Nazaret. En el primero, nuestros jóvenes preparaban y guiaban juegos con niños y niñas de primaria y secundaria, pero sobre todo los cuidaron y les dieron cariño.

En Casa Nazaret, nuestros chicos y chicas conocieron a las personas sin hogar y en riesgo de exclusión social que acogen los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca. Allí colaboraron limpiando, ayudando en cocina, planchando y realizando otras tareas, aunque, lo que más les llenó fue animar, infundir alegría y escuchar a las personas que vivían allí, superando prejuicios y expectativas.

En la Escuela de Verano jugaron con los niños y niñas, pero, sobre todo, los escucharon, los cuidaron y los acompañaron cada uno de los días que pasaron con ellos, esforzándose por hacerse más cercanos a ellos

Cada día dábamos gracias por haber sido testigos de cómo los vínculos de cariño y de respeto iban creciendo al mismo tiempo que iban decayendo los miedos, las ideas preconcebidas y las propias preferencias. Por las mañanas, veíamos cómo la alegría y las risas de los ancianos y de los niños daban sentido a nuestro ser y estar allí. Por la tarde y por las noches, confirmábamos que la experiencia iba transformando a cada uno, a cada una y tratamos de hacerles caer en la cuenta de que compartir vida como ellos estaban haciendo es aportar granitos de arena que van construyendo el Reino de Dios.

Las eucaristías y el contacto con las comunidades parroquiales de El Buen Pastor, en Los Almendros y de San Ignacio de Loyola, en Piedras Redondas han sido también ocasión de sentirse Iglesia y de dar sentido a hacerse pan compartido.

Podemos decir con alegría que nuestros jóvenes ahondaron en la experiencia: comprometiéndose más en el voluntariado cada día que pasaba, compartiendo con mayor profundidad en los grupos de vida, abriéndose en los momentos de elección y confiando cuando debían acoger lo que les venía dado.

Alberto, Diany FI, Laura, Lucía, Maite FI, Marian, Mayerli FI y Rafa.