Didier Petit de Meurville -cónsul de Francia en San Sebastián de 1857 a 1872- pintó, en 1866, este cuadro de Andoain que nos acerca a un tiempo y espacio próximo al nacimiento de Juana Josefa en el caserío de Berrozpe.
Este cuadro nos va a ayudar a hacer un ejercicio de contemplación, como propone san Ignacio en el libro de los Ejercicios. Sabemos que contemplar es meterse en la escena como si presente me hallase e interactuar con los personajes.
El tiempo es convulso y agitado, de grandes cambios políticos, económicos y sociales. En la imagen se asoman, a la izquierda, envueltas por ese túnel protector, las vías del tren que llegaría a Andoain en 1863. Es el tiempo de la revolución industrial que acelera el espacio inmóvil y lo transforma. Rodeado de montes firmes, nieblas envolventes, paisaje moldeado por la fuerza imparable de los ríos Leizarán y Oria a su paso por el pueblo, y, junto a Berrospe, la energía jovial del río Ziako, agua impetuosa que lleva el eco de una cultura ancestral.
En primer plano, a la derecha, la casa torre con escudo de armas, testigo en otro tiempo de cruentas batallas libradas para defender el territorio guipuzcoano de los ataques navarros y gascones. El 31 de mayo de 1845, sin embargo, es testigo del milagro de la vida. Acoge, entre sus compactos muros, el nacimiento humilde, emocionante y lleno de esperanza para este joven matrimonio Juan Miguel y Mª Jesús de su hija primogénita.
En la parte superior izquierda, la ventana guarda celosamente, en silencio reverente, el secreto del primer llanto abriéndose paso a la vida. Han jaio nintzen, leiho txiki hartantxe -allí nací yo, en aquella pequeña ventana-. El suelo atesora las huellas de los primeros pasos y el golpe ronco de las primeras caídas. En la cocina resuenan las palabras de acogida, de respeto, de cariño expresado al calor del hogar. Un entramado de relaciones, de voces, de gestos con los que fue aprendiendo el valor de la familia, el respeto a los abuelos, la hospitalidad con los vecinos.
Al fondo, en lo más alto del pueblo, la iglesia de San Martín de Tours, protegiendo a los andoaindarras. Templo sólido de piedra jaspe, con una torre que invita a elevar al cielo los ojos y el corazón. Lugar de encuentro dominical al que acudía con su abuelo de la mano en un gesto admirable de ternura y orgullo, sumándose, así, a la cadena de testigos en los que se engarza su fe, la de un pueblo que la vive en profundidad.
Estas imágenes, sonidos y colores se quedaron agazapados en su memoria, tatuados en su corazón. Pronto se fueron convirtiendo en itinerario vital que cristalizó en el carisma, el modo de vivir su experiencia de Dios y la manera de relacionarse con los hermanos: filiación, identificación con Jesús, buscar y hallar a Dios en todas las cosas para reproducirlo en el día a día, confianza firme en Dios, a quien vive como padre, pasión por hacer de este mundo Reino: procurar el provecho espiritual de las almas y la educación católica de los pueblos y teniendo a María Inmaculada como estrella de nuestros caminos .
En este tiempo y en este contexto, hace 180 años, nació una mujer que se comprometió en cambiar el mundo a través de la educación. Contemplar hoy Berrospe y evocar su vida es reconocer que el Señor ha estado grande con nosotros a través de Juana Josefa y estamos alegres, por eso hacemos fiesta y agradecemos su vida y su pasión por parecerse a él, como una hija se parece a su padre, que nos deja como legado.
¡Que santa Cándida María de Jesús interceda por nosotras ante el Padre para que nos conceda la gracia de avivar en nuestro corazón la pasión por Jesús y el entusiasmo por anunciarlo!
Rosa Espinosa FI