228 y 229. “El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro Padre común y que eso nos hace hermanos. El amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca puede ser un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos que haga. Por eso es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad nos lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes, aunque no se sometan a nuestro control. Por eso podemos hablar de una fraternidad universal… Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo […] desarrollando una verdadera cultura del cuidado que impregne el ambiente y toda la sociedad”.
La palabra “cuidado” en nuestra relación con la madre tierra y con todos los seres aparece 44 veces en la encíclica, y la recorre en todos sus capítulos comenzando por el título: “Sobre el cuidado de la casa común”. Francisco nos ofrece un nuevo paradigma amoroso y amigo de la vida y de todo lo que existe y vive, como alternativa al ansia de poder del paradigma de la modernidad . Propone «alimentar una pasión por el cuidado de mundo» y «una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad»
Parafraseando a L. Boff: entrar en la dinámica del “cuidado” es
- saber y aprender a convivir con la dimensión de sombra que acompaña a la dimensión de luz ,
- poder crear una síntesis donde las contradicciones no se anulan, pero predomina el lado luminoso.
- amar y amarse, acoger y acogerse, reconocer nuestra propia vulnerabilidad, la de los demás y la de la casa común,
- poder llorar, saber perdonar y perdonarse y
- desarrollar la resiliencia, que es la capacidad de dar la vuelta por encima y aprender de los errores y contradicciones propios y ajenos.
¡Cómo lo entendió y vivió la M. Cándida cuando decía:
“Dios es el Padre bueno que de todos cuida”!