En Salamanca, en el Espacio Expositivo Santa Cándida, podemos contemplar con admiración y cariño los zapatos gastados de la madre Cándida, zapatos que nos hablan de movimiento, esfuerzo, desgaste, sueños, entrega, humildad, fe, búsquedas, dificultades, esperas, paciencia, alegrías y penas … Esos zapatos pertenecen a una santa, una mujer apasionada por Jesús y comprometida con la educación de la niñez y juventud. También la de las dominicales.

Calzarse los zapatos no siempre implica conocer la dirección. Bien lo supo santa Cándida en su recorrido fundacional. Como también sabía que el valor de los zapatos no está en su brillo, sino en su desgaste.
Calzarse los zapatos para santa Cándida era sentirse servidora de Dios y de los hermanos. Significaba amar y servir en todo tiempo y lugar, estar dispuesta a recorrer un camino largo y, a veces, tortuoso, a dar más que a recibir.
Calzarse los zapatos supuso para santa Cándida llorar y disfrutar, acompañar y consolar, conciliar y no juzgar, aceptar críticas sin renunciar a la misión.
Sembrar no es sinónimo de recoger. Bien lo vive Juana Josefa en el caserío de Berrospe. También allí aprende que sembrar requiere fe, confianza en la Providencia, y trabajo, mucho trabajo.
La madre Cándida ve en cada fundación el milagro de una semilla que, sin que la sembradora sepa cómo, germina y da fruto. Con sencillez y valentía, hace presente el Reino en cada una de ellas para mayor gloria de Dios y bien de los prójimos.
Calzarse, caminar, sembrar, acciones que santa Cándida vive desde la contemplación, sabedora de que la obra no es suya, sino de Dios.

Próxima a su muerte la madre Cándida va proyectando lo que es, en esa síntesis de vida que ha sido capaz de hacer. Y, con la naturalidad que siempre le caracterizaba, hace la última visita al Colegio de la Inmaculada para felicitar a María Igarategui, superiora de la comunidad. Allí se la espera con júbilo de fiesta porque su presencia siempre era motivo de alegría. Una vez más, el no pensar en ella la lleva a salir de su propio amor, querer e interés y a hacer este recorrido corto -950 metros-, pero largo y fatigoso para quien sube enferma. Desde el día 5 de agosto hasta el 9, nos deja un testimonio profundo de cómo hay que vivir, pero, sobre todo, cómo hay que morir.
Las breves palabras que dirige a las Hijas de Jesús que estaban inconsolables por indicación del coadjutor de la parroquia del Carmen resuenan también hoy en nuestro corazón. Son memoria agradecida, puente sólido que conecta el pasado con el futuro:
Hijas, tengan mucho ánimo; las llevo a todas en el corazón y les pediré aumento de espíritu y aumento de personal
Las acogemos con devoción, como si fueran dirigidas a nosotras hoy, Hijas de Jesús y laicos que vivimos 112 años después de que fueron dichas, convencidas de que su intercesión es continua y eficaz.