La carta. Ese género que se está perdiendo gracias a que se abren otros canales de comunicación. Sin pretender ser nostálgica, en las cartas escritas a mano había, hay, un empleo del tiempo diferente al que te posibilita un correo electrónico o un mensaje instantáneo. El tiempo que dedicas a escribir con cuidado es tiempo dedicado a la persona y la Madre Cándida lo intuía. Ella escribió muchas cartas a lo largo de su vida. Conservamos 476 publicadas en dos volúmenes, excelentemente comentados por una Hija de Jesús, Teresa Lucía, en las que descubrimos lo sublime y lo cotidiano, lo formal y lo de andar por casa; el mundo de relaciones, el mundo interior, el mundo del cuidado, el mundo de la amistad.

Pero no nos quedemos en la nostalgia, porque lo importante es ser cauce, canal, puente de comunicación. Ser mujeres y hombres de relación como lo fue la Madre Cándida y tal y como sean nuestras relaciones con los demás, lo serán con Dios. Pero el milagro se produce cuando la relación con Dios te cambia también las relaciones con los demás.

Cierto es que nuestra relación con Dios no puede ser diferente a como es nuestra relación con las personas y el mundo. Si solemos tener relaciones de utilitarismo, así será nuestra relación con Dios; si son superficiales, así lo será también con Dios; si son profundas, sinceras, mi relación con Dios así lo será, porque somos una unidad.

Pero lo interesante viene cuando descubres que tu relación con Dios cambia tu relación con las personas y con el mundo. Irremediablemente.

¿Cuál es la última carta que escribiste? ¿La última a mano?

Escribe mañana mismo una carta. A quien quieras: a tu madre, a tu marido, a tu mujer, a tu hijo, a tu «yo» de hace 20 años, a tu «yo» de dentro de 20, a Dios, a la Madre Cándida, pero escríbela a mano. Verás cómo tiene otro sabor, otro olor y otro tacto.

La medida no es mi relación con los demás. La medida es mi relación con Dios. Y si me relaciono con Él todo se redimensiona. Me descubro en mi vulnerabilidad, limitación, pequeñez; y también en mis posibilidades. Y esto desde un sentido liberador, desde un hacerme una con mi propio humus, con mi propia tierra, que hace que me sitúe así en mi relación con los demás. Y todo cobra otro sentido.

¿Cómo es mi relación con Dios?
¿La descubro en su inmensidad, me dejo acoger por él y dejo que me acaricie en mi vulnerabilidad?

Cuanto más vulnerable te sientes, más confianza se te despierta. Si te rodeas de una fortaleza externa, a lo mejor sientes una falsa seguridad que te hace sentirte protegida al principio, pero que luego se transforma en lejanía de los demás, y de la realidad.

Descubramos la fuerza de la debilidad. Permitamos que Dios entre en nuestras vidas y transforme nuestra vida y nuestras relaciones.

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