Nos acercamos al final de este año proclamado por el Papa Francisco como el Año de la Misericordia.

El final de una etapa puede ayudarnos a revisar cómo la hemos vivido,  qué nos ha dejado,  cuáles han sido los mensajes recibidos y que van quedando en nuestro corazón;  cuáles las experiencias en que hemos ejercido esa misericordia con los demás y también la hemos recibido.

La asamblea provincial fue un momento significativo de poner delante de los ojos todas las actividades que tienen esa trasfondo y hablamos de la “misericordia aplicada”  por eso tan ignaciano de que el amor debe ponerse más en las obras que en las palabras.

Presenciamos maravilladas en cuántos campos estamos presentes ejerciendo esas “otras obras de piedad y misericordia”,  en el taller sobre la educación,  entre los inmigrantes,  en la escucha,  en la acogida a tantas personas en Caritas,  en parroquias y centros diversos …siempre y en todos atravesados por esa compasión que mueve nuestras entrañas y nos invita a salir,  a acudir allí donde la fragilidad,  la dimensión vulnerable del ser humano se pone más de manifiesto.

Y partimos de lo que el Papa Francisco nos recuerda:

“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre  Jesús de Nazaret con su palabra, sus gestos y toda su persona, revela la misericordia de Dios” (MV 1).

Y esto nos lleva de la mano a actitudes de misericordia con los demás,  siempre desde la Palabra:

Escuchar la Palabra de Dios

No juzgar y no condenar

Ser instrumentos del perdón porque hemos sido las primeras en recibir el perdón de Dios. (MV 14).

 

Cuando nos cuesta perdonar a otras personas,  perdonarnos a nosotras mismas,  ¿será que nos olvidamos de que Dios mismo nos ha regalado su perdón y nos recibe y nos acoge y nos abraza una y mil veces y nos ofrece una vida nueva? ¿Cómo no tener presente esta realidad sublime pero real y existencial, para “ablandar” nuestro corazón y traspasar heridas,  situaciones pasadas, ofensas recibidas? …

Y todavía Francisco nos da algunas “perlas” más para vivir y desde y en la misericordia:

Recuperar el valor del silencio

Contemplar la misericordia de Dios

Asumirla como propio estilo de vida (MV 13)

 

Como cambiaría nuestra vida desde este óptica,  si adquirimos ese estilo,  ese talante con el que caminar y convertir los des-encuentros en encuentros de vida,  de hermandad,  de fijarnos en lo que nos une,  de sabernos y sentirnos con-vocadas por el mismo Señor a la vocación común que nos regala.

Porque de esa des-unión no se siguen bienes sino actitudes negativas que nos quitan pasión,  alegría de haber apostado por un sueño grande, nos cierran los horizontes y la misión pierde brillo y color.  Y nuestro corazón no es fecundo ni fecundante,  sino estéril.

Y ¿cómo podemos pensar en una pastoral juvenil y vocacional si entre nosotras no se da la verdadera común-unión?. Ojalá que al terminar el año de la misericordia  no se termine nuestro deseo de compasión,  nuestras actitudes y gestos concretos de reconciliación,  que no cerremos los oídos del corazón a la llamada del Señor que nos dice “sed misericordiosas como vuestro Padre” …

También nuestra Madre Fundadora es un ejemplo y una referencia importante en nuestra vida de Hijas de Jesús y sus enseñanzas se van plasmando en los documentos que nos inspiran:

“El mundo … necesita fe y justicia,  reconciliación y paz,  fraternidad y esperanza; una palabra de vida … (Det. CG XVII, n.3).

Este mundo es el lugar concreto donde somos enviadas para ser mujeres “reconciliadas y reconciliadoras”. (Det. CG XVII, n.19).

María Luisa Berzosa fi – Orcasur.  Madrid.