Comenzamos la tercera semana de Pascua. El próximo miércoles podremos escuchar en VivirFI-Radio la reflexión que nos aportará el seminario de Ejercicios Espirituales que se reúne anualmente en la Provincia. Ellos nos ayudaron a rezar en nuestra «Semana Santa conFIadas» y ahora hacen lo propio con la tercera Llamada en la acción apostólica de la Congregación General XVIII.
«El drama de la movilidad humana nos ha de poner en salida para responder al grito acuciante que nos llega de los migrantes y refugiados. Nos desafía a seguir colaborando con otros y a tomar posturas más audaces y definidas, que garanticen la protección de la dignidad humana, el acompañamiento y caminos de integración en la sociedad». (CG XVIII nº 6 Llamadas en la acción apostólica)
Nos dejamos ayudar por sus indicaciones para orar esta Llamada y nos mantenemos abiertos, Hijas de Jesús y laicos, para escuchar qué quiere Dios de cada uno de nosotros -individualmente y como comunidades, familia, colegios, equipos y grupos de trabajo-.
AL HILO DE LA TERCERA LLAMADA DE LA DETERMINACIÓN CG XVIII
1. La Palabra nos ilumina:
– Heb. 13, 2: «No olvidéis la hospitalidad»
– Lev. 19, 34: «El extranjero que resida con vosotros será como uno nacido entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis vosotros».
– Ex. 22, 21: «Al extranjero no maltratarás ni oprimirás, porque extranjeros fuisteis vosotros».
– Mt. 25, 38-40: «… Porque tuve hambre, y me disteis de comer…, fui forastero, y me recibisteis… Os aseguro que todo lo que hicisteis por uno de mis hermanos más pequeños, lo hicisteis por mí”.
– Dt. 15, 11: “Nunca dejará de haber pobres en la tierra; por eso yo te mando: Abre tu mano al pobre, al hermano necesitado que vive en tu tierra”
2. El Papa nos dice:
“En la lógica del Evangelio, los últimos son los primeros, y nosotros tenemos que ponernos a su servicio. Los emigrantes y refugiados no son sólo un problema que debe ser afrontado; son hermanos y hermanas que deben ser acogidos, respetados y amados”.
Mensaje jornada emigrantes y refugiados, septiembre 2019
“La Iglesia «en salida […] sabe tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos»
EG, 24
“Este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas. Que el Señor de la vida se muestre cercano a las poblaciones de Asia y África que están atravesando graves crisis humanitarias, como en la Región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique. Que reconforte el corazón de tantas personas refugiadas y desplazadas a causa de guerras, sequías y carestías. Que proteja a los numerosos migrantes y refugiados —muchos de ellos son niños—, que viven en condiciones insoportables, especialmente en Libia y en la frontera entre Grecia y Turquía. Y no quiero olvidar de la isla de Lesbos. Que permita alcanzar soluciones prácticas e inmediatas en Venezuela, orientadas a facilitar la ayuda internacional a la población que sufre a causa de la grave coyuntura política, socioeconómica y sanitaria»
Bendición Urbi et Orbi – Domingo de Pascua 12 abril 2020
3. Reflexionamo
Hoy, la emigración no es un fenómeno limitado a algunas zonas del planeta, sino que afecta a todos los continentes y está adquiriendo cada vez más la dimensión de una
dramática cuestión mundial. Se trata indudablemente de un «signo de los tiempos”. Son hombres y mujeres, ancianos y niños que se ven obligados a abandonar su tierra y sus casas a causa de las guerras, la violencia, las persecuciones, la miseria, los desastres naturales y condiciones ambientales, con la esperanza de salvarse y encontrar en otros lugares paz y seguridad.
La respuesta de los países y de una parte de la ciudadanía, muchas veces es el miedo, la xenofobia, creer que nos invaden, que son terroristas , que son ilegales que vienen a robar, que nos quitan el poco trabajo que hay… construir vallas, muros… Pero, afortunadamente, también hay muchas personas que acogen, sin discriminación ni exclusiones.
El Papa Francisco señala que ante este drama de millones de personas nuestra respuesta común se podría articular entorno a cuatro verbos: “acoger, proteger, promover e
integrar”.
De eso se trata: de Acoger que es tanto como besar (rozar mi piel con el distinto y que él me crea). Al fin y al cabo el ser humano de cualquier color nació de un beso de Dios. Se trata de Proteger que es tanto como abrazar, regalar el abrazo y procurar techo, trabajo y pan a los emigrantes. De Promover, algo así como subir sobre los hombros al emigrante vulnerable para que vea otros horizontes. De Integrar, coger de la mano, tocarla y caminar juntos Se trata de cambiar la mirada, no verlos como un problema, sino como un regalo, como seres humanos que vienen a nosotros. Ser humano es pertenecer a nuestra especie, pero a la vez es asumir unos valores propios como el reconocimiento del prójimo o del ciudadano vecino o lejano y su vulnerabilidad. O los valores de la compasión, la amabilidad, la afabilidad y la cordialidad entre otros. Todo aquello que lleva a decirnos “Soy humano y nada humano me es ajeno». Y eso está siendo contradicho ante casos de la actual situación de los emigrantes forzosos en los cuatro puntos cardinales. Lo que nos lleva a veces a la degeneración como especie si no se despertara nuestra conciencia y nuestro sentido de pertenencia a los que llamamos ser humano.
Se trata de creer en la fraternidad. Todos los seres humanos somos hermanos. Es una afirmación fundamental de nuestra tradición religiosa que incluso ha sido traducida
jurídicamente en el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuando dice que «todos los seres humanos nacemos libres e iguales y dotados como
estamos de razón y conciencia tenemos el deber de comportarnos fraternalmente los unos para con los otros».
Se trata de reconocer en el otro, el rostro de Cristo. La misericordia, el cariño, la ternura, esa pasión que Dios tiene por nosotros es el origen de que luego nosotros podamos apostar por el cariño, la misericordia, la hospitalidad, la acogida, la integración social hacia los otros. Como decía san Pablo, somos hijos y por consiguiente, tenemos que comportarnos como hijos, y como somos todos hijos e hijas, tenemos que comportarnos necesariamente como hermanos y hermanas, y hacer del mundo una casa común. Dios no nos ha clasificado por nacionalidades o por razas, somos llamados a vivir una fraternidad universal en la que todos tengamos los mismos derechos y deberes.
Se trata de creer en la humanidad y, por eso, creer en la esperanza. Hay mucha gente e instituciones salvando vidas, rescatando en el Mediterráneo o en otros lugares del
planeta. Creer en la esperanza y en la posibilidad de una nueva respuesta más humana.
– ¿Sentimos realmente a estos hermanos nuestros, migrantes y refugiados, como hermanos? Su vida ¿de verdad nos importa?
– ¿Nos hemos preguntado cuál es la situación que viven en este tiempo de confinamiento? ¿Qué haremos después?
– ¿Qué llamada personal y comunitaria percibimos para dar una respuesta válida y comprometida en su favor?
¿A qué esperamos?
Abramos la ventana para que entre el Viento del Espíritu que todo lo cambia y hace nuevo nuestro mundo roto de emigrantes y refugiados. Dejémoslo entrar en nuestra casa para que el corazón no se hiele y nuestro hogar no se seque. Si se cierran las puertas, abriremos ventanas pequeñas e imaginativas, incluso grietas, para entrar en la casa del amparo para todos donde nadie es excluido.