Hace no mucho, un amigo me dijo que Dios no se fija en nuestros defectos ni en nuestras virtudes, que lo que le importa es nuestra capacidad de amar. Este recuerdo encaja con lo que me gustaría compartir sobre mi experiencia como Hija de Jesús en Caivano en las últimas semanas.
Más allá de lo que ha sido el campamento con los niños y jóvenes –muy enriquecedor por cierto- mi vivencia ha venido marcada por aquello que me ha cuestionado por dentro o me ha
llamado la atención de alguna forma.
Por una parte, experimenté una acogida tan grande que consiguió que la diferencia de idioma no fuera lo más importante, y que me invitó a dejar la timidez y desplegar los propios recursos comunicativos (incluido el cuerpo, como hacen allí) para hablar, aprender, entender, escuchar… ¡Toda una aventura!
También he tenido la sensación de que nuestra presencia allí es significativa desde lo pequeño y sencillo para la gente, que las hermanas son parte de la comunidad, conocen las historias y son conocidas por todo el mundo allí. Que quieren a la gente, y son (y han sido) muy queridas… Es precioso ver cómo tienen una palabra y un saludo para cada uno en el barrio, lo mismo para los niños y sus madres, que para los motoristas con tatuajes, los recién llegados o los ancianos.
Me ha ayudado sentir que nuestro estar allí tiene sentido más desde el ser que desde el hacer. Se experimenta que siendo “pocas en número”, como decía el Padre Herranz, otra dinámica se da en el barrio y en la parroquia, de manera que hay una corresponsabilidad natural de la comunidad (catequistas, feligreses, jóvenes…) en las tareas, y en ese sentir y vivir la misión compartida de la Iglesia. Cada uno aporta lo que puede, y una se da cuenta de que realmente la obra no es nuestra sino de Dios.
Vuelvo a casa muy agradecida por este tiempo de conocer otro acento y otra realidad en nuestra provincia, con el corazón más ancho. Y con un deseo grande de poder llevar a mi vida esa certeza de que realmente nuestra llamada es a amar: donde estemos, como estemos, “haciendo” o “sin hacer”…, porque no nos define lo que hacemos ni cuántas somos, sino de Quién somos hijas, de quién somos hermanas.