María Luisa Berzosa, FI, participó en la asamblea sinodal de octubre y a través de una entrevista en Religión Digital explicó que los religiosos llevan en su ADN el ‘gen sinodal’ que, tal y como se ha podido apreciar a lo largo del pasado mes de octubre, ha contribuido, con su método de escucha, participación y discernimiento, a una mayor apertura y participación de los padres y madres sinodales en una cita inédita que podría haber acabado con más desencuentros de los registrados: «Teóricamente, la Vida Religiosa sí es pionera en la práctica sinodal; que se pongan en juego todas las potencialidades que posee como germen sinodal, es otra cuestión».
La Vida Religiosa, en general, tiene estructuras que ayudan mucho a ejercer y vivir una dinámica sinodal, de participación, oración, silencio, discernimiento y acompañamiento; con liderazgo corporativo.
A lo largo de la entrevista también explicó qué pueden aportar a este momento concreto de la historia de la Iglesia, embarcada en un sínodo que algunos consideran de gran trascendencia, las seculares formas de gobierno de algunas congregaciones religiosas.
Pueden aportar su modo de gobierno basado en el discernimiento y la participación desde los diversos niveles […] También en la vida cotidiana de la comunidad se vive la participación, porque la superiora local tiene un equipo, pero todas las hermanas que formamos parte, somos escuchadas para tomar las decisiones, desde lo organizado y logístico hasta las de contenido que afectan a nuestra vida.
A lo largo de la entrevista explica que la vida religiosa a día de hoy ha cambiado de rostro, ya no es tan europeo y va siendo menos visible el de América Latina. Sin embargo, aparece con fuerza el rostro asiático y africano, entre otros. Esa diversidad de culturas, de lugares, de idiomas, de color de piel, de modos y costumbres, se hace hoy muy palpable. Para Berzosa es el momento de vivir la interculturalidad, el sentido misionero, la universalidad, la inclusión, elementos muy presentes en el camino sinodal.
Esto es una riqueza y un desafío enorme. Pero es también ocasión de vivir la comunión, de sabernos enraizadas en lo que es consistente, el núcleo carismático, y más de fondo, el bautismo que nos iguala en dignidad. Y con la comunión la enorme diversidad a la que me he referido antes.