Javier, 9 de agosto de 2020

Lejos nos queda, en el reloj del tiempo, aquel 9 de agosto de 1912 en el que llevaba el río todas las lágrimas de plata, un dolor seco y el eco de todas las campanas de Salamanca. Evoco estos versos de Anunciación Febrero, FI que poéticamente nos traslada al hondo dolor por la muerte de la Madre Cándida. En ellos, también, la certeza de la gloria vestida del sol de agosto.

Esta mujer de corazón inmenso nos lega una herencia que Dios fue esculpiendo en su corazón y la fue viviendo en los avatares de la vida. Estos evidencian la calidad y la calidez de su entrega generosa.  

El amor de Dios que ha ido educando su corazón de madre, maestra y fundadora le lleva a acoger la última llamada y a dar su personal respuesta. Esta, como tantas otras que dio en vida fue firme, sencilla y auténtica. Siente, en su momento final, la conciencia Tranquilísimamente tranquila. Es la paz de quien no se ha guardado nada en el seguimiento de Jesús pobre y humilde. De quien lo ha dado todo por educar cristianamente y defender las Constituciones de la Congregación ante quien quiso cambiar la espiritualidad ignaciana. El deseo juvenil Santo mío, yo quiero hacer lo que dice ese libro, que corría por sus venas, encarnado en su vida y legado como camino para llegar a ser verdaderas Hijas de Jesús.

Cerca nos queda, en la memoria del corazón, el agradecimiento por la vida de esta excepcional mujer. Cerca, en el reloj de la Historia, el 9 de agosto es el día en que Dios sembró en el corazón de la Madre Cándida la plenitud de la Vida. Día en que nació a la VIDA VERDADERA.

¡Que santa Cándida interceda por nosotros ante el Padre! 

Mª Rosa Espinosa, FI – Superiora Provincial