VIO LO QUE HABÍA PASADO Y CREYÓ (Jn 20, 8)

En esta realidad de confinamiento, hemos tenido la posibilidad de contemplar en silencio -el interior y el exterior- a Jesús que se ha vaciado de sí para dejarnos en herencia un mensaje de compromiso y amor hasta el extremo.

Este domingo de Resurrección nos trae el paso del Señor resucitado por nuestras vidas. Acompañamos temprano a María Magdalena en su camino al sepulcro para cerciorarnos de que allí han puesto a Jesús y experimentamos la sorpresa de su ausencia. Su conmoción interna se expresa en sus lágrimas que nublan su mirada. Su dolor y la nostalgia por la pérdida la lleva a encerrarse en su interior.

Juan, ante el mismo hecho vio y creyó. La tumba vacía se iluminó a la luz la Escritura: había de resucitar de entre los muertos. Esta manera de interpretar lo que ve en la tumba le convierte en testigo de la presencia resucitada de Jesús entre nosotros. Experimenta el ardor del amor en lo profundo de su corazón. La memoria del corazón reaviva el fuego del amor, el legado del Maestro.

Ahora, a nosotros, solo nos toca ser testigos de su encuentro con cada uno, dejarnos sorprender por la fuerza del resucitado en el camino cotidiano para poder comprender que él viene, nos deja que le abracemos y nos habita haciendo que arda nuestro corazón ante la vida y los hermanos que nos rodean. Nos vincula para contagiar su fuerza resucitada que nos habita y nos compromete en la dinámica del éxodo y del don, de salir de sí mismo, del caminar y sembrar. (EG 21). Nos estimula a proclamar, en esta situación excepcional que vivimos de pandemia, que otro mundo es posible, que la Vida viene de la autenticidad, la entrega y la comunión de todos.

Rosa Espinosa
Superiora Provincial de España-Italia