El 9 de agosto tiene un sentido especial para las Hijas de Jesús. Un día en el que volvemos nuestra mirada agradecida a Salamanca y recordamos aquel caluroso 9 de agosto de 1912. Una fecha envuelta en la esperanza, que nos eleva el corazón, apoyado en la fe, al Padre que acogió a Cándida María de Jesús en su último sí. El sí de la entrega, del abandono, del despojo y de la plenitud. Pronunció tantos a lo largo de su vida que, el último, reflejaba el modo auténtico con el que había vivido. Estaba impregnado de fidelidad, coherencia, alegría, humildad y disponibilidad.
La vida de santa Cándida fue un río cuya corriente la llevó a la profundidad del mar. Un mar añorado y buscado a lo largo de su vida. Su recorrido, que se va trazando en la orografía de los 67 años de vida, nos inspira e ilumina. El caudal de su agua corría por el cauce que Dios iba dibujando a través de los avatares que tuvo que sortear. Su nacimiento, discreto y sencillo, fue adquiriendo la fuerza de un flujo de agua fresca, cristalina e impetuosa. Comienzo de un peregrinaje dinámico y afanoso que le fue acercando al océano de la plenitud, a ese Dios que vivió como Señor de su vida.
Cándida María de Jesús ha pasado por la historia y por la de tantas vidas que se cruzaron con ella. Los lugares que habitó nos evocan su presencia, su recuerdo familiar y entrañable. Nos recuerdan que no los poseía, no los dominaba, no los retenía… nos llevan a tomar conciencia de que estaba de paso cumpliendo la voluntad del Padre … así se vivía y lo expresaba “ No me ilusionan a mí los grandes de la tierra; el cielo, el cielo es lo que yo deseo y por él suspiro continuamente. Aquella patria feliz que nos espera; aquella será nuestra morada por toda la eternidad.” (CMF 22)
Agradecemos su vida, su tiempo, su obra, los nombres de quienes fueron ayuda en su tarea educativa, las Hijas de Jesús que fueron encarnando su carisma y los bienhechores que la socorrieron. Su vida está envuelta en el Misterio que la fue preparando para lo eterno. Su huella ha dejado sembradas semillas de educación católica. Su viaje toma cuerpo en una encarnación distinta que culminará, ya resucitada, en el abrazo final con todas las Hijas de Jesús que van llegando a la meta de ser verdaderas Hijas de Jesús.
Mª Rosa Espinosa, Superiora provincial