El cuarto domingo de Cuaresma es domingo “Laetare”, nos invita a la alegría, a través de las antífonas del Misal romano, “Alégrate, Jerusalén, reuníos todos los que la amáis, regocijaos los que estuvisteis tristes para que exultéis; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos.” En el Evangelio, Jesús habla con Nicodemo sobre la fe y las obras para conseguir la salvación.
Cuando Moisés levantaba la serpiente de bronce en el desierto, era necesario mirarla para ser curado. Ahora, cuando miramos a Cristo en la cruz, es preciso creer en Él, para tener vida y tenerla en abundancia (Jn 10,10). Desde lo alto de la cruz, Jesús nos dice que la persona que ha logrado vivir en plenitud es la que se ha hecho esclava por amor. Amor hasta dar la vida por los hermanos. Jesús lo vive hasta las últimas consecuencias.
La cuaresma no es para estar tristes
A veces identificamos la Cuaresma con austeridad solamente, o con prácticas ascéticas. Eso forma parte de este camino, pero la iglesia nos invita a mirar más arriba y reconocer que tenemos cura ante las picaduras de las serpientes y venenos de la vida. Como sucede al pueblo de Israel cuando era diezmado por las serpientes, ahora es Jesús quien nos hace perder el miedo a todos los males, pues él eleva nuestra mirada al cielo, sin angelismos. Mirar alto para poder encontrarnos con la cruz concreta de cada día y de cada hermano, cada cruz como medida de salvación. Esa es una buena noticia entre tantas mordeduras. La salud viene de lo alto, como salvación de Dios ofrecida a quien se pone bajo la mirada del crucificado, también en lo alto. Miremos “a lo alto”, a Jesús y a cuantos están con él “elevados” a nuestro alrededor. José Cobo, Cardenal Arzobispo de Madrid