
Hemos dejado atrás el desierto (las tentaciones, primera semana de Cuaresma) y la montaña (la Transfiguración, segunda semana de Cuaresma). La Liturgia nos ofrece hoy los Mandamientos. Los conocemos y, quizá, nos hayamos acostumbrado a tenerlos de fondo, como algo que está bien, pero que no nos afecta demasiado.
Se nos olvida que los Mandamientos hay que entenderlos desde su origen: el recuerdo de la esclavitud en Egipto, la liberación y el deseo de vivir según unas normas que permitan constituir una sociedad distinta a la egipcia. Sin faraón, y con Dios. Sin esclavitud, y con libertad. Sin desigualdades, y con igualdad. Sin muerte, y con vida. La sociedad, el mundo que Dios quiere para todos.
Nuestros tenderetes no tienen futuro
Jesús nos encuentra atados a costumbres, ídolos, preceptos, ideologías o modos de hacer que pueden obliterar la transparencia del amor liberador de Dios. Por eso toma partido, aparece en el atrio de los gentiles, entre los mercaderes y peregrinos obsesionados por comprar algo de Dios. Jesús actúa. La indignación le hacer tirar aquello que no nos deja ver a Dios. Rescata el poder de la indignación como motor poderoso para detectar la injusticia y añade una propuesta esperanzadora: él es el verdadero Templo. José Cobo, Cardenal Arzobispo de Madrid