En la memoria del corazón, el 31 de mayo está grabado con un cariño que se tiñe de admiración. Es el día en el que nace Juana Josefa Cipitria y Barriola. Ese mismo día, sus padres la bautizan. Quieren que sea hija de Dios desde el primer momento de su vida. El ambiente cristiano de la época en Andoain propicia que así sea. Acoger esta costumbre expresa la responsabilidad de sus padres, Juan Miguel y Mª Jesús para transmitirle la fe. En esa educación y en su crecimiento en la fe, tendrán un papel importante sus abuelos paternos José Ignacio y Josefa Antonia.

Nunca valoraré suficientemente el don de la vida que gratuitamente Dios nos regala a través de nuestros padres. Mi nacimiento llenó de alegría el hogar de los míos. Fui una hija esperada y muy querida. El amor incondicional de mi madre me acompañó siempre, en la cercanía y en la distancia, en el respeto a las decisiones que tomé y en el vínculo profundo y vital que siempre me unió a ella.

Vivir cerca de mis abuelos hizo que pasara mucho tiempo en su casa, próxima al caserío de Berrozpe. Con ellos aprendí tanto… de una manera natural me enseñaron a ser hospitalaria en aquella costumbre semanal de acoger en su casa a los caseros que iban a cambiarse de ropa para ir dignos a la eucaristía dominical.

Mis raíces se nutren de una tierra cultivada con esmero y esfuerzo, de tradiciones ancestrales que han configurado a un pueblo, a mi familia y a mí misma.

De ellos recibí la lengua para comunicarme y rezar. Mis abuelos y mis padres me educaron en unos valores sólidos que fueron cimiento en mi vida. 

          El 31 de mayo de 1845, la invisible mirada del Amor se hizo visible en esta niña, la primogénita de un alegre matrimonio. Dios tenía unos caminos inexplicables para Juana Josefa, una joven sin formación, a quien se los fue desvelando poco a poco. A su modo, no eligiendo a la más capacitada, sino capacitándola para dejarse hacer por Él y ser respuesta comprometida con la necesidad de educación de su tiempo. Aprendió a asumir la cruz, las innumerables dificultades que le hicieron dar lo mejor de sí misma y hacerse instrumento del Reino. Sin cruz no se va ninguna parte es la experiencia cotidiana que acompañó a la madre Cándida y acompaña a quienes deseamos vivir la vida desde Jesús, con sentido, poniendo en él toda nuestra confianza.

¡Que santa Cándida María de Jesús interceda por nosotros ante el Padre para que nos conceda la gracia de avivar en nuestro corazón la pasión por Jesús y el entusiasmo por anunciarlo a través de la Educación!