Después del desierto, en la segunda semana de Cuaresma, se nos presenta la Transfiguración de Jesús. En este camino con Jesús, vivimos una experiencia con Pedro, Santiago y Juan, discípulos que acompañan a Jesús. Este episodio ofrece un rayo de luz, antes de pasar por la cruz. En la montaña, en un lugar apartado, es donde se manifiesta Dios. La Palabra de Dios nos llama a convertirnos y a creer en el Evangelio.
Sube más alto
Jesús emprende tres subidas significativas para el evangelista: al Tabor, al Calvario y en la Ascensión. Esta primera, el Tabor, nos entrena a comprender quién es, a ir con él y entender las subidas que nos quedan por hacer; servirá como el código para encarar los siguientes ascensos. “Subir” es parte de la Cuaresma, como hizo Abrahán, para grabar en el corazón lo que Dios muestra. Y es preciso hacerlo con nuestras mochilas y pesos, con los discípulos, ente los sudores del camino…, y siempre con el Maestro. Es ejercitarnos en elevar nuestra mirada de la pequeñez del día a día, para ver la luz de Jesús en lo concreto de su cuerpo. Por eso, hoy Dios nos pide: “escuchadlo”. Él transfigura todo, hasta el sufrimiento, nos conecta con la historia de nuestro pueblo y nos regala una buena noticia: somos hijos en él, que es el Hijo. Subimos juntos para abrirnos al regalo de la nueva luz que se queda, como semilla, para lo que está por llegar.