El 27 de abril tiene una marca especial en nuestro calendario afectivo, es el día de la beata María Antonia Bandrés. Celebramos su día, porque, el 27 de abril de 1919, comenzó el verdadero nacimiento a la vida. Es decir, alcanzo la meta a la que todos estamos llamados, vivir de tal manera, que la muerte sea el paso necesario para encontrarnos con el Dios que amamos y que nos da sentido en la vida.

En esta joven, aprendemos que Jesús es la brújula que orienta la vida, su capacidad de ponerse en el lugar el otro y ofrecer su dolor, su enfermedad por su tío Antón, su escucha a la realidad que la hace fiel a lo pequeño, a lo ordinario de la vida. Desde esa honda experiencia de que Dios está presente en lo que vive, desea vivirlo con hondo sentido

De hacerlo, hacerlo entero

Es una invitación a vivir atentos a lo que acontece, aunque sea anodino, sencillo, ... una invitación a poner en juegos nuestros talentos, lo mejor de nosotros mismos para salir de la mediocridad y vivir en actitud de magis. Ella nos enseña la radicalidad en el seguimiento a Jesús, a cultivar una relación experiencia personal, radical, libre que le ayuda a asumir su enfermedad y a donar su vida.

Su ejemplo de vida inspira a las Hijas de Jesús que están en sus primeros años de formación: postulantes, novicias y junioras. Por ello, es su Patrona, es decir, es su protectora, inspiración y testimonio para ser verdaderas Hijas de Jesús.

De los apuntes espirituales de la Beata María Antonia Bandrés: “En tus manos me dejo, Jesús mío, incondicionalmente. Recíbeme por María, tu misericordia, porque toda, sólo y siempre, quiero ser tuya. Tú eres mi principio, fin y todas las cosas y quiero conducirme a ese cielo que me preparas por la perfecta observancia de las santas reglas y costumbres de las Hijas de Jesús, propagando el celo por las almas con el ejemplo, la palabra y la oración. Mis deseos de santificarme son grandes, pero el espíritu de sacrificio y amor a la cruz, muy pequeños. Dame, Jesús mío, el corazón desprendido de los santos, con una sincera indiferencia para cuanto la obediencia me ordenare y, cueste lo que cueste, (lo) cumpla sin disculpa pensando en tu voluntad.”

Compartimos su vida
Nace en Tolosa (España) un 6 de marzo de 1898. Fue la segunda de 15 hermanos. Antoñita sentía un amor entrañable hacia sus padres y hermanos, por eso que le costó mucho afectivamente la separación al ingresar al noviciado. Se le escuchó decir: “Sólo por Dios los he dejado”.
En aquel hogar se vivía la fe y la caridad cristiana. Su madre, Teresa, era una mujer ejemplar y santa, que supo ayudar a sus hijos a crecer en todo, pero especialmente en el amor a Dios, a María y a los más pobres y necesitados.
Su salud era un poco débil. Sus padres tuvieron con ella cuidados especiales. La debilidad y el excesivo celo de los suyos, ayudaron a acentuar en aquella niña un carácter sensible hasta la susceptibilidad, que en los primeros años llegó a preocupar a su madre: “¡Qué chiquilla más fastidiosa! ¡Cuánto vas a sufrir con ese carácter!”. Y sufrió sí, pero sin que la sonrisa, aunque teñida a veces de melancolía, se borrara de sus labios.